En el I Simposio Internacional Hygeía sobre medioambiente y cáncer de mama, celebrado recientemente en Madrid, tanto los profesionales de la salud como las asociaciones de pacientes indicaron que, según ha establecido la evidencia científica, los factores ambientales, la alimentación o el estilo de vida pueden tener una incidencia en el desarrollo del cáncer de mama.
Alimentación y ejercicio
Según explicó la Dra. Carmen Navarro, del Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria (IMIB-Arrixaca), “la alimentación se perfila como uno de los elementos que puede contribuir a prevenir la aparición del cáncer de mama”.
La doctora presentó durante la cita los resultados del estudio EPIC, en el que se ha investigado sobre el papel de la dieta en el cáncer de mama, tanto analizando alimentos individualmente como grupos de alimentos o nutrientes. “Se ha encontrado que el consumo de alcohol aumenta el riesgo, así como el de grasa y, muy especialmente la saturada”, explicó la doctora, que matióa que, “afortunadamente, muchos alimentos muestran un efector protector como el consumo de verduras y los alimentos ricos en fibra”, señaló. Los resultados de este estudio señalan que la dieta mediterránea reduce un 6% el riesgo de cáncer de mama en mujeres post-menopáusicas.
Respecto del alcohol o el tabaco, la Dra. Ana Ruiz Casado, del Servicio de Oncología Médica del Hospital Puerta de Hierro-Majadahonda explicó que “aunque tradicionalmente no se han considerado causas de cáncer de mama, actualmente no hay duda de que ambos aumentan el riesgo de cáncer de mama en un 10% aproximadamente”. La Dra. Ruiz Casado centró su intervención en el ejercicio físico, que, según ha defendido, reduce el riesgo de padecer cáncer de mama en un 25%.
Ondas, radiaciones, luz visible
Uno de los aspectos más polémicos es el de la relación entre las ondas y el cáncer. Sin embargo, la ciencia ha establecido esta relación para muchos tipos de ondas –pero no las de radiofrecuencia, que son las que se tiende a asociar a este término– sino a otras, que van desde la radiación ionizante que utilizan los aparatos de imagen clínica hasta el espectro de luz visible –que también son ondas–. En el caso de este último, se ha establecido que la exposición a luz por la noche es un factor de riesgo que afecta a las personas que desarrollan su actividad en este tipo de horario.
La exposición nocturna a este tipo de radiación está considerada por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), de la OMS, como un ‘probable cancerígeno’. La razón de este efecto sería la reducción de los niveles de melatonina en sangre, una hormona que protege frente al cáncer y que es segregada por la glándula pineal, situada en el cerebro, mientras dormimos por la noche.
En cuanto a las radiaciones ionizantes que emplean los distintos medios de radiodiagnóstico, la carcinogénesis es uno de los riesgos de este tipo de ondas, aunque, el balance riesgo-beneficio a favor de la realización de pruebas como la mamografía no se discute en el contexto diagnóstico. Además, la dosis de radiación ha disminuido considerablemente con la implementación de los mamógrafos digitales y actualmente una exploración típica no alcanza los 4mSv, menor que en otras exploraciones de uso extendido como las radiografías de columna.