Una dieta con bajo contenido de hidratos de carbono limita la cantidad de carbohidratos -como los que se encuentran en los cereales, los vegetales con almidón y las frutas- y se centra en los alimentos con alto contenido de proteínas y grasa.
Por lo general, para perder peso, se usa este tipo de dietas. Algunas de ellas pueden tener beneficios para la salud más allá de la pérdida de peso, como reducir el riesgo de diabetes tipo 2 y síndrome metabólico, señalan desde Mayo Clinic.
Los carbohidratos se agrupan en: naturales simples (lactosa de la leche y fructosa en frutas), refinados simples (azúcar común), naturales complejos (cereales integrales o legumbres) y refinados complejos (harina blanca).
En general, los complejos se digieren más lentamente y tienen menos efecto sobre la glucosa en la sangre que los refinados y también aportan fibra.
El cuerpo usa carbohidratos como principal fuente de energía. Durante la digestión, los complejos se descomponen en azúcares simples (glucosa) y se liberan en la sangre (glucosa en sangre). La insulina se libera para ayudar a que la glucosa ingrese a las células del cuerpo, para poder utilizarla como energía. El exceso de glucosa se almacena en el hígado y los músculos, y una parte se convierte en grasa corporal. Una dieta baja en carbohidratos tiene como objetivo hacer que el cuerpo queme la grasa almacenada para obtener energía, lo que deriva en la pérdida de peso.
En cuanto a los efectos secundarios de esta dieta, su restricción severa puede provocar que el cuerpo descomponga las grasas en cetonas para obtener energía, lo que se conoce como cetosis y que puede dar lugar a mal aliento, dolor de cabeza, fatiga y debilidad.