A principios de octubre, durante el congreso de la SEMAL, tuve la oportunidad de charlar con el Dr. Ramon Vila-Rovira, un reconocido profesional, exponente de la cirugía plástica y antienvejecimiento a nivel internacional. Al hilo de los contenidos del congreso, hablamos sobre los avances médicos contra el envejecimiento, y poco a poco nos fuimos deslizando por caminos más sociológicos.
Desde siempre he estado convencida de que los seres humanos somos como las lavadoras modernas, programados para morir cuando nuestras funciones de ayuda al grupo, entre ellas la reproductiva pero no solo ésta, hayan desaparecido. Por lógica de supervivencia de la especie, los seres que ya no ayuden a su perpetuación sino que solo consuman recursos deben morir. Le pregunté
al Dr. Vila-Rovira qué opinaba y me dio una versión totalmente distinta a la mía: “ya ha nacido el hombre que vivirá 300 años”, me dijo. “A la velocidad con que avanza la ciencia, la esperanza de vida se multiplicará año tras año”.
Por mi base filosófico-religiosa, esa que aunque quieras nunca puedes quitarte del todo, me sigue dando “miedo” pensar siquiera en la inmortalidad. Ya no la mía, que no la espero, sino la de mis descendientes. En el fondo, mi fuero interno teme un “castigo” de la naturaleza (o de Dios, llámenlo como quieran) por mi osadía.
El doctor me aseguró estar convencido de que la esperanza de vida seguiría creciendo hasta una edad que ahora mismo no podemos ni intuir. “Luego habrá que pensar si es sostenible que haya tantas personas centenarias en el planeta”, afirmó. “Pero este ya es otro tema”.
Curiosamente, el envejecimiento de la población no me causa vértigo ninguno. Así como plantear la inmortalidad me produce inquietud, no así la gestión de la población mayor. Es cierto que el incremento de los años de vida sin enfermedad va mucho más despacio que el de la esperanza de vida, pero lo importante es que también crece. Obesidad y enfermedades en auge del siglo XXI aparte, la calidad de vida también mejora en los países donde se tiene un buen acceso a la medicina.
Y respecto a los recursos del planeta para mantener a todas estas personas, me voy a permitir citar al economista Carlos Rodríguez Braun, firme detractor de las teorías malthusianas (la otra cara de la misma moneda, en mi opinión). El profesor apunta que “el principal recurso, el talento humano, ha demostrado una potencia creativa que nunca ha dado muestras de agotamiento”. Como él, estoy convencida de que el ser humano será capaz de adaptarse a la nueva situación, modificar la sociedad según estas nuevas necesidades y encontrar una solución que no pase por reintroducir una nueva obsolescencia programada. Desafortunadamente, intuyo que no soy la mujer que vivirá 300 años y no llegaré a verlo.