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Desnudos

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“En ese momento, tan pronto comieron la manzana, se les abrieron los ojos, los dos se dieron cuenta de que estaban desnudos y sintieron vergüenza. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrir su desnudez y cuando Dios, el Señor, llamó al hombre le preguntó: —¿Dónde estás? El hombre contestó: —Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí”. Eso nos cuenta la Biblia en su libro del Génesis sobre la primera vez que un hombre y una mujer fueron conscientes de su cuerpo y sintieron vergüenza de él.

Los psicólogos utilizan la “Técnica del espejo” como herramienta para entender, valorar y trabajar nuestra propia autoestima. Se trata de mirarnos, vernos y reconocernos. Un ejercicio de aceptación de nuestra propia persona, con todo lo que nos gusta y lo que no, siendo conscientes de quienes somos y de qué y cómo podemos mejorar.

El espejo es uno de los objetos más cotidianos de nuestra vida diaria, normalmente nos vemos en él todos los días, incluso varias veces y estamos familiarizados con esa imagen, pero ¿es verdaderamente real?, porque el espejo refleja nuestro rostro y nuestro cuerpo con rasgos y formas invertidas, y ¿por qué nos importa tanto la opinión de los demás?

Últimamente parece que vivimos expuestos en un perenne escaparate: desde la publicidad y la moda a las redes sociales y sus influencers. Juzgamos y se nos juzga, con lo que hemos llegado a no sólo no aceptarnos tal y cómo somos sino a no asumir el paso del tiempo, es decir de nuestra propia vida y con ello, en cierto modo, renegamos de nuestra existencia y experiencia.

¿Cómo serían los cuerpos de Adán y Eva? No tenemos ni idea, lo único que conocemos es la idea subjetiva de los pintores. ¿Cuál sería la idea de belleza que tenía Dios al crear a la primera pareja humana? No lo sabemos. Lo que sí está claro es que serían seres sanos y saludables y ese concepto es igual de importante en nuestros días. De ahí que hoy, en cualquier especialidad médica, sea esencial una buena y completa historia clínica, porque no se puede mejorar ningún aspecto del cuerpo sin saber quién es y cómo está el paciente. No olvidemos que el refranero popular no se equivoca y mi madre siempre me recuerda que: “la cara es el espejo del alma”.