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En formación y todos en fila

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En las últimas semanas y de forma repetitiva, me viene a la memoria un niño de mi barrio, creo que un par de años mayor que yo, y alumnos del mismo colegio. Le recuerdo jugando en el patio durante los recreos, andando junto a su madre por la calle o en alguna tienda de la zona en la que alguna vez coincidíamos haciendo los recados encomendados en casa.

No era ni alto ni bajo, más bien espigado, con el pelo encrespado y unas prominentes orejas de soplillo que no pasaban desapercibidas, que supongo, a la criatura le debieron de amargar la infancia porque, aunque nunca llegué a hablar con él, sí escuchaba los comentarios.

En mi colegio no se permitía el acoso, o yo al menos no fui consciente de él, pero lo que sí hubo era esa forma de destacar por la diferencia y llamar la atención por ello: esos niños gorditos, los que llevábamos gafas o esos que no éramos tan hábiles en el deporte y que en determinados momentos éramos señalados de forma negativa. Aunque, también tengo que decir que nunca sentí una presión agobiante sobre mi persona.

Hoy, sin embargo, parece que esas situaciones se nos han ido de las manos. Tanto que hasta le hemos puesto nombre: Bullying. No sé si los casos que se sufren son muchos más que en mi época infantil. Pero lo que sí queda claro es que hablamos de ello, reconocemos el problema y se intentan tomar medidas para que no suceda y se minimicen sus consecuencias.

Como en otras muchas situaciones, las redes sociales han aportado su granito de arena o varios montones de ellos, porque ya no es solo la mofa entre iguales y contra un inferior, como ocurría hace años. Hoy se difunde y se pretende que el escarnio se convierta en trending topic, con cuantos más me gusta mejor, exhibiendo sin pudor el sufrimiento ajeno.

Dicen los profesionales que en nuestro país 1 de cada 5 niños o adolescentes sufre bullying. España es un estado desarrollado, democrático y por lo tanto igualitario, pero resulta que nos ha asaltado un problema de difícil resolución porque las redes sociales se amparan en el anonimato, no descansan y no hay zonas seguras. El acoso llega en cualquier instante y en el lugar más íntimo del hogar.

Afortunadamente, hoy un niño ya no tiene que sentirse mal por tener orejas de soplillo, para eso los cirujanos y la otoplastia tienen la solución, pero sigue estando mal visto ser diferente, no cumplir con los estándares de la belleza marcados por la sociedad o tener gustos que no se encuadren con los cánones aceptados.

Nos creemos libres, pero ¿quién marca nuestra vida?