Existen numerosos estudios epidemiológicos que aseguran que, la falta de sueño está asociada al riesgo de desarrollar obesidad y diabetes tipo 2. Al tratarse de dos patologías muy prevalentes y fácilmente prevenibles, la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) alerta de que la falta de sueño produce un aumento de concentración de ghrelina, una hormona secretada principalmente por la mucosa gástrica que estimula la ingesta, al mismo tiempo que reduce la leptina, de efecto saciante, procedente del tejido adiposo. Esta subida y bajada de valores hormonales, favorece un comportamiento alimentario que promueve la ganancia de peso.
En esta línea, el Dr. Javier Salvador, miembro del Área de Neuroendocrinología de la SEEN, advierte de que la ausencia de sueño “tiene como consecuencia un modelo de estrés y activación del sistema nervioso simpático, que puede traer consigo el desarrollo de obesidad abdominal y resistencia a la insulina. Ambos fenómenos, aumentan la probabilidad de desarrollar diabetes y otras complicaciones como hipertensión arterial”. Del mismo modo, aclara que cuando existe apnea obstructiva del sueño los fenómenos derivados de la hipoxia tisular intermitente también contribuyen al deterioro metabólico y al aumento de la masa grasa y del peso corporal, así como de sus comorbilidades asociadas.
Como consecuencia de todos estos factores se produce una somnolencia diurna y un cansancio que favorece el sedentarismo, lo que también promueve el desarrollo de obesidad y diabetes.
Alimentación y falta de sueño
Existen estudios en los que se ha comprobado que existe un aumento en el consumo de carbohidratos, siendo la variación del porcentaje de ingesta un factor que puede contribuir al riesgo de obesidad, resistencia insulínica y diabetes. No obstante, tratar de controlar la ingesta no es fácil, dado que su alteración está determinada por factores biológicos.
De este modo, “la apuesta más segura para mantener una buena salud metabólica es seguir una dieta mediterránea, en la que predominen frutas y verduras, así como fibra y grasas de origen vegetal, y prestando especial atención a limitar el consumo de carne roja y grasas animales. Esto debe ir acompañado de un periodo de descanso nocturno regular de una duración de 7-8 horas, y de una frecuente actividad física, siempre adaptada a las circunstancias clínicas individuales” recuerda el experto en neuroendocrinología.